sábado, 15 de diciembre de 2012

Morir para vencer

A veces es necesario morir para vencer... eso le pasó al guerrero del relato que dejo a continuación.
En este caso, el relato y la fotografía han ido de la mano. Ambas nacieron a la vez como idea, y tanto el texto como la foto, han sido creados sobre la marcha desde su principio hasta su fin, algo que empieza a ser común en mis últimas entradas.
Espero que sea de vuestro agrado, y que todos aprendamos a valorar a las personas especiales que se cruzan por nuestra vida y a las que queremos y nos quieren. Pero sobre todo, a luchar por ellos.







Morir para vencer

Ogham era un gran guerrero, uno de los más importantes de su clan. Tenía todo lo que podía desear: una mujer guapa y virtuosa, unos hijos fuertes, y suficientes tierras y tesoros como para no tener que batallar nunca más. Por si fuera poco, tenía un gran peso dentro del consejo del clan.
Siempre fue un hombre atento, amoroso con su mujer, su familia y amigos, fiel compañero en la batalla,  y dispuesto a pelear con la mismísima serpiente Jörmundgandur por defender a un camarada... pero la época de las grandes hazañas, terminó cruelmente para él.

En una escaramuza de un clan vecino, una daga traidora cortó el tendón de su pierna derecha mientras luchaba contra seis soldados por defender la entrada de su casa. Un campesino miliciano, aprovechando que Ogham estaba centrado en la batalla, desde el suelo y de un solo tajo le seccionó cobardemente el tendón tras la rodilla. El guerrero cayó al suelo entre gritos más de rabia que de dolor, al saberse herido a traición, mientras su espada trazaba arcos de muerte guiada por su poderoso brazo. Unos instantes después, sólo quedaban cadáveres a su alrededor, pero su vista estaba fija en la silueta enjuta del traidor que corría hasta perderse en la bruma. Así permaneció unos instantes, hasta que un grito lejano le sacudió como un latigazo, y haciendo acopio de fuerza se levantó en dirección a su casa. En el interior estaba su mujer y sus dos hijos acurrucados por el miedo. 
-No temáis, el peligro ya ha pasado- dijo el guerrero con voz grave, y usando la espada como bastón, se apresuró a abrazar a su familia.

Pasó mucho tiempo hasta que pudo recuperarse, pero jamás pudo volver a usar la pierna herida con normalidad. Las fuerzas le fallaban, y algunas veces caía al suelo mientras maldecía a los dioses por su mala fortuna. Ogham era ahora como un lobo domesticado a la fuerza. Nació para estar en el campo de batalla, y ahora ya no contaba para las expediciones que antes él mismo lideraba. Así pues, buscó refugio en el alcohol, y pasaba el día bebiendo hidromiel mientras contaba sus anteriores hazañas una y otra vez. 
Tanto cambió Ogham, que pronto empezó a dejar de lado a su familia, y su cuerpo musculado como el de un coloso, se volvió flácido y grasiento. Su antes larga y rojiza melena, ahora estaba sucia y se mezclaba con su propio vómito. Su trabajada cota de escamas, de la cual se sentía orgulloso, ahora descansaba en un baúl junto al resto de sus armas. Todo el respeto que se había ganado, lo perdió... incluso el respeto por si mismo.

Los desplantes, la desidia y los insultos hicieron mella en la familia de Ogham. El dinero desapareció de la misma manera que la cerveza desaparecía de su jarra, y Gudrun, la mujer del antes gran guerrero tuvo que ponerse a trabajar para poder dar de comer a sus hijos.

Una noche, al regresar Ogham de la taberna, como de costumbre se sentó a la mesa, se sirvió una gran copa de hidromiel y pidió su cena a gritos. Gudrun le sirvió un plato vacío.
Cansada ya de la situación, miró fijamente a lo que quedaba de su marido y le dijo que ya no podían seguir así, que necesitaban dinero para comer y que el poco que ella ganaba, él se lo gastaba en bebida. Ogham en su embriaguez, se tomó todo aquello como una ofensa hacia su persona, y colérico decidió marcharse de la casa, ya que en su delirio no se sentía querido ni respetado. Dando tumbos se dirigió hacia el baúl que tenía a los pies de la cama, envolvió algunas pertenencias suyas en unas pieles, y trató de ponerse una armadura que ya no era capaz de mantener aquella mole de grasa entre sus correajes. Se ajustó la espada a la cintura, y con el porte de falsa dignidad que tienen los borrachos salió por la puerta sin despedirse y lanzando improperios.

El tiempo pasó, y la aldea siguió con su ritmo de vida. Gudrun  y los niños salieron adelante gracias a la fortaleza de la mujer, y a la ayuda de algunos miembros de la comunidad. Más tarde consiguió el puesto de acompañante de Dunae; la mujer del caudillo del clan, y por fin podían vivir decentemente.
El hijo mayor; Rhianon, pronto mostró gran destreza como guerrero, sin duda herencia de su padre y de su abuelo, mientras que el pequeño Bran, se sentía más atraído hacia el mundo espiritual.
Pasaron dos tiempos de cosecha, y nadie sabía nada de Ogham. Gudrun preguntaba siempre que llegaba alguna caravana a la aldea, pero nadie tenía noticias de él, y poco a poco se fue sumiendo en el olvido.

Llegó el invierno, y con el las nieves. Las carretas de suministros y mercaderes casi no llegaban, pero por suerte la cosecha de ese año fue buena y la caza abundante. No corrieron la misma suerte algunos clanes, que estaban empezando a sufrir los rigores del frió y del hambre, lo cual dio lugar a incursiones y saqueos por toda la zona, quedando esta sumida en un estado de guerrilla constante.
Uno de los clanes, envió emisarios para pedir provisiones a la aldea, pactar una alianza y apaciguar los ánimos. Pero aquello sólo era un ardid para mantener ocupado al consejo mientras preparaban el saqueo a las afueras de la aldea.

La treta tuvo éxito, y sólo fueron capaces de descubrir la mentira cuando tenían a la milicia  encima. Entraron en el pueblo quemando y asesinando sin piedad, y no hicieron distinción entre hombres, mujeres o niños. 
Los guerreros de la aldea, tomados por sorpresa se pertrecharon como pudieron y trataron de hacer frente al asedio, pero la sorpresa y la superioridad numérica, les obligó a llevar a los niños y mujeres supervivientes al centro del poblado y resguardarlos en la casa común. Una vez allí, formaron en el exterior e intentaron hacerse fuertes para resistir el ataque final.
Allí estaba el joven Rhianon, en primera fila junto a los demás, mientras los soldados enemigos se reagrupaban para cargar de nuevo.
En ese instante tenso y silencioso, justo antes de que los guerreros comenzasen su carga, un grito desgarrado y desafiante rompió el silencio tras las filas enemigas, haciendo mirar a asaltantes y asaltados  en dirección a la bruma. En ella tomó forma la descomunal silueta de un guerrero montado a caballo, armado con dos espadas, y un peto que reflejaba las rojizas llamas que despedían las casas incendiadas. Con un bramido, el guerrero espoleó al caballo y cargó sólo contra los saqueadores. Los soldados que protegían la casa común, impulsados por la aparición y la valentía del misterioso guerrero, corrieron a enfrentarse en campo abierto con sus desconcertados enemigos. Lucharon con el valor que infunde la desesperación, y con la rabia de conocer el destino que deparaba a sus familias.
Mientras, el guerrero a caballo, era como un río de muerte y destrucción. A su paso, los enemigos se desplomaban a ambos lados de su montura como títeres con los miembros cercenados, confundiéndose sus lamentos de pánico y dolor con los gritos de batalla del guerrero.
Mientras tanto, desde el interior de la casa los refugiados miraban asombrados al coloso y el cambio que había dado la batalla desde su llegada. En breve todo habría terminado, pensaban alentados.

Finalmente, los pocos heridos que quedaron del clan adversario, huyeron entre la bruma envueltos en sangre, desvalidos y a merced de las bestias. Los guerreros del clan levantaron sus armas, y gritaron su victoria, mientras que el guerrero misterioso quedó inmóvil, inclinado hacia adelante sobre la grupa de su caballo. Todo quedó en silencio mientras sin moverse un solo músculo del jinete, la montura comenzó a andar en dirección a la casa.

Los soldados abrieron paso al caballo, y nadie articuló palabra, sólo intentaban descubrir quien era aquel ser de pesadilla, aquel guerrero legendario que como en las mejores sagas, les condujo a la victoria, pero sólo podían ver una larga cabellera roja que cubría sus facciones, y su cuerpo empapado en sangre.
Finalmente, el caballo paró en la puerta de la casa, a la vez que  Rhianon tomaba las riendas para ayudar a desmontar al guerrero. Este miró al joven combatiente entre la maraña de pelo y sangre, y acto seguido cayó de la montura como un fardo en el frio y húmedo suelo.
El joven se apresuró a ayudarle, le sujetó la cabeza y le apartó la ensangrentada melena de la cara, para descubrir incrédulo que era su padre... su padre tal y como le recordaba años atrás.
Las gentes del clan rodearon al caído, mientras Gudrun y el joven Bran se apresuraron a inclinarse a su lado. Cuando Ogham los vio llegar junto a él, esbozó una sonrisa plácida, mientras por la comisura de sus labios escapaba un nuevo reguero de sangre.
-Perdón...- dijo el guerrero entrecortado -perdonadme por haberos fallado, por lo que os he hecho sufrir... durante todo este tiempo, siempre habéis estado en mi corazón, y habéis sido mi vida y mi esperanza... a lo que me he agarrado para volver a ser algo parecido a lo que fui... por vosotros, porque os amo con toda mi alma, quise evitaros la vergüenza de verme-, dijo mirando a sus hijos.
Con sus últimas fuerzas, levantó su mano para limpiar una lágrima que corría por la mejilla de su mujer, mientras en su cara se volvía a dibujar por última vez la sonrisa de quien se siente en paz, rodeado de los seres queridos, de quien ya no tiene miedo y ha encontrado la verdad.

Ogham comprendió que su vida y los logros que consiguió, no eran importantes... la lucha, las victorias, los tesoros, la fuerza o el poder, no eran nada. Todas las victorias que consiguió en vida, no le produjeron ni la mitad de satisfacción, felicidad y orgullo, que volver a ver a su esposa y a sus hijos junto a él.... de poder morir entre ellos, de haber dado su vida por salvarlos y sentir el perdón en la mirada de su hermosa mujer. ¡¡Ese si que fue un final épico!!

Al contrario que en el resto de sus batallas, en esta tuvo que morir para vencer.











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