jueves, 18 de octubre de 2012

La casa de Artemisa

Esta vez quiero compartir un pequeño "cuento de hadas" que escribí. Por suerte o por desgracia, me gusta dedicar un poco de tiempo a escribir relatos cortos sobre temas fantásticos, y así poder dejar volar mi imaginación, ya que el niño que todos llevamos dentro, a veces... muchas veces lucha por salir, y yo encantado, le dejo. Soy consciente de mis limitaciones como amago de escritor, pero es algo que me gusta, y que quiero compartir aquí en el blog con todos los que me leéis. Espero que os guste. Como va siendo norma, lo acompaño de una fotografía mía.






LA CASA DE ARTEMISA
Rebeca era una chica normal, sencilla... tenía una vida al uso, con su trabajo, sus hobbys y su familia. Disfrutaba con pequeñas cosas, y solía reir a escondidas con preguntas tontas que acudían a su imaginación de vez en cuando, sobre todo en los momentos en los que se aburría y dejaba volar su mente.
Una preciosa sonrisa, siempre estaba dibujada en su cara, pero los últimos acontecimientos, habían logrado borrarla.
Su anterior vida tranquila, llena de ilusiones y esperanzas, había girado demasiadas veces, tantas que le hicieron perder el rumbo de sus pasos, encaminándolos sobre una espiral de la que cada vez estaba más cerca de su vértice.
Su jovial talante luchaba por salir a flote, su portentosa imaginación peleaba contra dragones más grandes y más fieros de los que nunca pudo imaginar... la vida real, era mucho más dura que aquellos reinos de fantasía en los que le gustaba recrearse.
Tanto era así, que Rebeca empezó a sentirse enferma, atada: es complicado tratar de encadenar a un hada.
Su vida cambió, las responsabilidades le abrumaban, se sentía sola y soñaba con poder escapar de todo aquello.
Sus ojos verdes color mar, perdieron el brillo en las olas que se arremolinaban en ellos; ahora más bien parecían dos fosas oscuras e inertes. Solamente aparecía un rastro de vida sobre ellos cuando el resplandor de una lágrima asomaba para rodar por su pálida mejilla.
Triste, dejó que el caos de su vida se apoderase de ella...
 Rebeca solía tomar café en un local tranquilo y de estilo clásico en el que se reunía con Laura, una amiga que estaba al tanto de su situación.
Este último día, Laura vio a Rebeca mas desmejorada que de costumbre. Sus ojos ya no despedían ningún destello de vida, rodeados por una playa de arenas violáceas. Su ya de por si piel clara, tenía el color macilento de un cirio, y se empecinaba en deshacer un terrón de azúcar en su café, a pesar de que ya no quedaba ni el más mínimo rastro de el.
"Rebeca, Creo que necesitas visitar a un médico, tu estado cada vez es peor"; dijo Laura.
Ahora no puedo, ya cuando la situación se normalice me pondré a ello, contestó sin mucho interés.
Así pasaron debatiendo durante largo tiempo en el que parecía no haber solución para el veloz deterioro de Rebeca. Fue entonces cuando Laura tuvo una idea: podrías pasar unos días en la casona de mi familia; ya se que no es gran cosa, pero lo mismo unos días de retiro y tranquilidad podrían hacerte bien. Ya sabes, alejarte del mundanal ruido.
No se, dijo Rebeca, la idea me gusta, y salir unos días a una casita rural es algo que llevo dando vueltas desde hace ya tiempo, pero no se que decir.
¡Pues no digas nada! aprovechando el puente que viene, te pasas allí unos días, a ver que tal te sienta... mañana te traigo las llaves y no se hable más, dijo Laura.
 Llegó el día y Rebeca tenía preparada su maleta. Metió pocas cosas, no tenía en mente hacer vida social en el bosque. Unas botas de montaña, ropa cómoda, una linterna, sus cosas de aseo, una libreta y un lápiz y su vieja guitarra acústica fue todo su equipaje... de la comida, ya se encargaría en el pueblo más cercano.
Ese día salió temprano, cargó el coche, y se dispuso a emprender el viaje.
En poco más de tres horas, llegó al pueblo, hizo compra en abundancia para no tener que salir más, y se encaminó a la casona. Tras algo más de media hora perdida decidió regresar al pueblo y tratar de que alguien la indicara la mejor forma de llegar. En un camino forestal poco transitado, comenzó a dar marcha atrás al coche para volver al pueblo, cuando sintió varios golpes en la parte trasera del vehículo. Por el retrovisor vio a una anciana golpeando el coche con su bastón.
 -Perdone señora, no la había visto, dijo la jovencita asomando la cabeza por la ventanilla. 
-Ya, ya... me doy perfecta cuenta, señorita; grito la anciana.
Rapidamente salió del coche para asegurarse de no haber lastimado a la buena mujer. 
-¿Se encuentra bien? 
-Si, estoy perfectamente.
-Gracias a dios; dijo la chica.
-No! gracias a mi bastón, porque mis gritos parece que no los oías; rezongó la anciana mientras se colocaba el faldón.
 Rebeca se fijó por primera vez en la mujer. Su cuerpo a pesar de los signos del tiempo, no parecía tener la torpeza de la edad, es más... se movía con movimientos gráciles e incluso elegantes para una anciana y le recordaba vagamente a alguien... pero ¿A quien?
 -Pero bueno... ¿Que haces aquí sola? inquirió la mujer.
-Pues la verdad es que estoy perdida, busco la casa de Artemisa... creo que se llama así. Pretendía dar marcha atrás y volver al pueblo a preguntar cuando la encontré a usted.
-¿La casa de Artemisa? No me suena; dijo la anciana. Déjame pensar. Aaaaaahhh... la casa de Artemisa, si! ¿O no? Si, si, si... pero no puedes llegar hasta ella en coche, señorita.
-¿No? ¿Y como voy a llegar? ¿Está muy lejos?
-Bueno... yo que tu, aparcaría el coche en ese claro de ahí adelante, y después iría a pie a través del bosque. Primero, debes subir el camino que lleva a la colina de ahí delante, después introducirte en el bosque, seguir el riachuelo casi hasta su nacimiento, y allí está la casa de Artemisa, si. Es un paseo agradable, y no tiene pérdida.
- Pues muchas gracias, señora... ha sido usted muy amable; le respondió Rebeca en tono cordial y con una sonrisa en sus labios.
 Ambas se despidieron, y Rebeca comenzó a sacar su equipaje del coche. Después cerró y emprendió la marcha. Con un aire lánguido comenzó a subir la colina, pero a pesar de su escaso tamaño le parecía una gran montaña, cuando desde atrás oyó una voz que le decía: 
-A ese paso no vas a llegar nunca ¡dale un poco más de brío a tus pasos, jovencita!
Miró hacia atrás, y vio a la anciana con los brazos en jarras y mirándola como subía el montículo. Sonriendo y meneando la cabeza, imprimió un poco más de vigor a sus pasos y así desapareció tras la colina. 
Al llegar al otro lado del montículo, se encontró con el bosque... en principio era un bosque abierto, pero más adelante se iba cerrando hasta ser muy tupido, pero no había ni rastro de camino ni riachuelo alguno.
 -En fin... ya no voy a volver atrás; pensó Rebeca. Y emprendió la marcha hacia la linde del bosque.
En principio agradeció la sombra que dejaban caer sobre ella los árboles, era muy agradable después de subir la colina acaloradamente. Sus primeros pasos por el bosque fueron lentos y dubitativos, pero pronto encontró el riachuelo y su fe recobró fuerzas, al igual que sus zancadas.
El murmullo suave del río y el crujir de las hojas bajo sus pies, le proporcionaron una extraña sensación de tranquilidad, y aprovechó para respirar profundamente. Tras unos instantes, retomó la marcha...
Según el bosque iba siendo más frondoso y su vista y oido se acostumbraban al medio, podía empezar a distinguir nuevos colores, especies de vegetación, aromas y tipos de rocas... pero lo que más le llamaba la atención, era escuchar como a su paso los animales se movían. Era como si la acompañasen durante todo el camino, pero siempre llevándole la delantera.
 Así llegó hasta la casa de Artemisa, la cual se llamaba así merced a un desvencijado cartel de madera situado a un lado de la puerta.
La casa en realidad aparentaba estar abandonada, no se encontraba en muy mal estado, pero no tenía pinta de albergar ningún lujo. Tenía un pequeño porche a la entrada con un largo butacón de madera. La casa tenía un tejado de brezo, muy similar a los cottages ingleses, las paredes exteriores eran de sólida piedra y desde fuera se adivinaban dos pisos. Muchas de sus paredes estaban parcialmente recubiertas por enredadera, y un lado de la casa estaba por así decirlo engullido por el bosque; no obstante era como si la rodease amorosamente, dejando espacio libre para que la casa recibiese los rayos del sol.
 Finalmente abrió la puerta con la llave que le dio Laura, y esta emitió un chirrido sordo. No se veía nada, la casa estaba a oscuras y la tarde empezaba a caer, así que a tientas encontró su linterna y buscó alguna lámpara o interruptor... nada!! ninguna lámpara colgaba del techo, ni ningún interruptor en las paredes. Poco a poco se fue introduciendo en la casa, y finalmente encontró una lámpara de aceite en una mesa de madera, y al lado, una gran caja de cerillas esperaba a que le diesen uso.
Un chispazo iluminó la estancia... era amplia, y poco a poco la luz fue rellenando las sombras hasta que por fin pudo ver a su alrededor.
La casa era acogedora, tenía una gran chimenea y una alfombra enorme, dos mecedoras, una mesa y varias sillas al otro lado hacían juego con un aparador. Rebeca comenzó por abrir los ventanales para aprovechar la escasa luz que quedaba del día y tener una visión más general del conjunto. Ahora pudo ver el resto de la decoración. Todo era muy acogedor, cálido y la verdad invitaba a descansar. Metió en la casa sus pertenencias y cerró la puerta, se descalzó y exploró la casa con su nueva lámpara. Todo estaba muy en la línea de la sala principal, la cocina estaba casi preparada para hacer pasteles (o eso es lo que a Rebeca le pareció), ¡casi podía olerlos! La escalera a la segunda planta era curva, con barandilla y llevaba a dos habitaciones y a una tercera puerta, que por más que intentó, no consiguió abrir. Rebeca Eligió habitación y abrió la ventana para airearla, sacó manta y sábanas de un viejo armario para hacer la cama.... ¡mmmmm, huelen a lavanda! Cada vez se iba encontrando más a gusto en la casa. Una vez acomodada la habitación y sus pertenencias, colocó la comida en la cocina y se encaminó a la chimenea.
 Que grande; pensó. ¿Seré capaz de encenderla? En un primer vistazo se percató de una rendija de hierro que había a la derecha de la chimenea, la cual albergaba gran cantidad de leña. Apiló unos cuantos troncos secos, que con las cerillas y unas cuantas ramitas, prendieron con extrema facilidad. El fuego caldeó el ambiente.
Rebeca Se preparó un té y se dispuso a disfrutarlo mientras leía su libro en una de las mecedoras; agradecía ponerse cómoda y sin las pesadas botas de montaña. Pero sobre todo sin la presión de los problemas que dejó atrás en la ciudad.
Según iba leyendo, y el calor del fuego penetraba en sus huesos, el cansancio del día iba haciendo presa en ella, a la vez que tanto el fuego de la chimenea, como de la lámpara de aceite, se iban haciendo más tenues... hasta que por fin se quedó dormida. Las luces se apagaron.
Esa noche Rebeca durmió como nunca lo había hecho, disfrutó del descanso y tuvo unos sueños dulces y alegres... a la mañana siguiente, despertó en la butaca ya entrada la mañana.
 El día estaba gris, y parecía que en breve iba a caer un chaparrón. Se desperezó, se dio un baño tranquilamente y se preparó para hacer algo de comida. 
La muchacha quedó encantada con el fogón de leña... nunca había visto uno, y le pareció algo portentoso. Una vez preparada y servida la comida, se dispuso a comer junto a una ventana mientras las primeras gotas de lluvia, tocaban una monótona pero relajante melodía para ella.
Fue una comida tranquila, y la sobremesa siguió en la misma tónica.
Por fin cesó la lluvia, y Rebeca decidió calzarse sus botas para explorar los alrededores de la casa.
 El suelo estaba alfombrado por una tupida y empapada hierba que casi le cubría los pies. El color que dominaba aquellos contornos era el verde, que contrastaba con el marrón vivo de las cortezas mojadas de los árboles y las primeras hojas secas del ya entrado otoño. Rodeó la casa y se volvió a percatar de que los cantos de los pájaros se silenciaban a su paso, al igual que volvió a sentir aquellos extraños pasos sobre la hierba. Miró en todas direcciones, y no vio nada... un momento ¿Que es eso? dijo, y Corriendo se dirigió hacia una extraña mancha roja que había en el suelo unos metros más adelante...
 Llego hasta allí y los ojos se le abrieron como platos. Aquello era un… ¡anillo de hadas! Círculos de setas que crecen de manera espontánea y según se cree, desde allí se puede acceder al reino de los seres feéricos como las hadas y los duendes. Lo miró con una mezcla de recelo y alegría, y finalmente se metió en el centro del anillo... nada pasó. Desilusionada se disponía a salir del anillo, cuando una brisa fresca y dulce acarició su mejilla. Se giró en dirección a ella, pues sintió que algo le había rozado la cara, pero nada pudo ver. Finalmente salió del círculo y algo llamó su atención en la copa de un árbol cercano. Unos brillos multicolores en las hojas jugaban con los rayos del sol que se filtraban entre las nubes, y una bandada de pájaros salió volando del corazón del árbol trinando y cantando alegremente.
Rebeca estaba encantada con la posibilidad de poder ver a alguno de esos seres que tanto le gustaban y había imaginado. De hecho estaba convencida de que allí había alguien acompañándola desde que subió aquella colina... si no era desde antes.
Continuó con su paseo por el interior del bosque, y por fin pudo ver sombras indefinidas escondiéndose y corriendo a su lado. Estaba encantada, exultante... se dejaba llevar por el sonido de las hojas al ser pisadas, el canto de los pájaros y el rumor del río. Así continuó caminando durante un par de horas soñando, sin pensar en nada de lo que había dejado atrás... siendo ella en su esencia más pura.
Cuando decidió regresar, no era capaz de saber que dirección había tomado, ni por donde debía volver a la casa, cuando entre los árboles descubrió que estaba practicamente al lado. Que curioso, juraría que he estado caminando horas, pensó mientras se encaminaba hacia el porche.
En la entrada de la casa se encontró al pie de la puerta una pequeña cesta de frambuesas. La cesta estaba primorosamente tejida, y con una delicadeza extrema estaba adornada con hojas, bayas y alguna espiga. Rebeca la tomó, y sin pensarlo probó las frambuesas. Estaban dulces como la miel y jugosas... nunca había probado nada igual. Lentamente entró mientras comía los frutos, y descubrió que a la mesa, estaba sentada la anciana que encontró el día anterior.
Perpleja, y con la boca llena de frambuesas aun, miró a la mujer.
-Pasa, pasa... no te quedes ahí, dijo la señora.
-Pero... ¿Que hace en mi casa? Replicó Rebeca.
-¿Tu casa? Siempre alguien termina diciendo algo así: mi, tu, su... siempre preocupados por las posesiones, refunfuñó la anciana en voz baja. Pues ahora se está comiendo usted "mis" frambuesas, señorita!! pero eso no le importa ¿Verdad?
-Esto... lo siento, las vi en la entrada y pensé que eran para mi.
-Está bien... en realidad, eran para ti.
-Pasa de una vez, y siéntate a mi lado. ¿Tienes un rato para charlar con una anciana?
Rebeca se acercó a la mesa, dejó la cesta de frambuesas en ella, y se sentó frente a la mujer.
-A ver, niña... porque no me cuentas que has venido a hacer  aquí. Se puede ver en tus ojos una profunda tristeza.
La joven, comenzó a relatar sus experiencias, la mala fortuna y el extenso periodo de desaliento y desgracia que acarreaba desde hace tiempo. Así pasaron las horas, entre charla, risas y algún llanto. La noche cayó, pero la charla era tan animada, que Rebeca no se percató de que los faroles y la chimenea se encendieron... solos!! 
La mujer comenzó a contar algunas historias fantásticas sobre el bosque y la casa: hadas, duendes, milagros, tesoros, amistad, amor... La mujer parecía rejuvenecer a medida que narraba las maravillosas historias, y el corazón de la muchacha se ensanchaba, y parecía como si la pesada carga que arrastraba se fuese aligerando. La voz de la mujer le fue pareciendo más cadenciosa, y Rebeca se fue relajando hasta que se sintió mecida por las palabras y la voz de la anciana. En su ensoñación creyo reconocer aquella cara, pero ya no era capaz de verla... los ojos le pesaban, y un extraño fulgor la cegaba... Llegó el sueño.
Por la mañana, La muchacha sorprendida despertó en la cama del piso superior. Se sentía feliz, alegre y con ganas de vivir. Su cara era otra... el color macilento había desaparecido y un ligero rubor teñía sus mejillas, el rosado de sus labios hacía juego con la sonrisa que se dibujaba en ellos. Rebeca, era otra.
Preparó sus cosas, recogió la habitación y las bajó al salón. Abajo, encontró un pequeño pastel de frambuesas (con las que sobraron de la cesta). Lo miró, y sonrió... tomándolo con la mano, se lo llevó a la boca. Era tan dulce y sabroso, como todas las frambuesas que comió el día anterior.
Por fin, echó un vistazo por la casa, incluso volvió a intentar abrir aquella puerta cerrada... nada, imposible. Con el ceño fruncido, miró a la puerta y la amenazó: volveré!
Salió de la casa, cerró con la vieja llave y se encaminó hacia el coche con sus pertenencias. El camino fue delicioso, disfrutó recordando las cosas que había visto (y algunas que no había visto también), el sabor de las frambuesas, la casa, y la extraña pero amable anciana.... la anciana. En ese momento, se dio cuenta de que no conocía su nombre.
 De regreso ya a su vida normal, y en el café en el que solía reunirse con su amiga Laura, Rebeca esperaba enfriando un café con una sonrisa dibujada en su cara.
-Vaya... menudo cambio!! Que has hecho para estar tan guapa? Preguntó Laura de sopetón nada más llegar.
-Pues la verdad, no lo se... he pasado unos días maravillosos y muy especiales.
-Ya me he dado cuenta. Has estado ausente del todo, te he llamado al móvil, pero siempre comunicaba.
-Si, no he sido muy consciente estos días de todo lo que dejé aquí, la verdad.... por cierto, tengo que devolverte las llaves de tu casa. Muchas gracias, me ha venido genial pasar estos días allí, dijo mientras echaba mano a su bolso.
-¿Mi casa? Rebeca... ¿A que te refieres?
- Pues las llaves que me diste, las de la casa de tu familia...
-Mi familia solo tiene una casa aquí, no tienen más, contestó asombrada Laura.
- ¿Como que no? No te burles de mi, son estas las llaves que me diste...
Sacó la mano del bolso, y extendiendola hacia Laura, la muchacha la abrió lentamente… En su palma, solo había un puñado de frambuesas.


5 comentarios:

  1. ¡Precioso! Y de "amago" de escritor, nada: te expresas muy bien. Una fábula muy bonita ^_^

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    1. Gracias, gracias... como te decía antes, es todo un halago viniendo de alguien que escribe tan bien como tu, y es una campeona escribiendo, pero campeona de verdad, que aquí mi amiga ha ganado un concurso de relatos. Podéis leer al respecto del concurso en su blog, y como no, leer ese pedazooorrr de relatorrr!!!! (Si, ya se que chiquito está pasado de moda) xD

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    2. Jajajaja Vaya, pero si aquí estamos para hablar de tu blog, no de mis relatos ;-P Me pongo tontona pensando que pueda halagarte lo que te diga, ¡ni que yo fuera una eminencia! jajaja
      En serio, me reitero: de amago de escritor nada ;-)

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    3. Si, bueno... ahora que me doy cuenta, he ido de "enrollao" con lo del concurso y de tu blog, y no he puesto el enlace, jajajaja... aunque está en la pestaña de blogs amigos. Pero eso lo enmiendo ahora mismo.
      AVISO A NAVEGANTES: Por favor, si os gusta la lectura, la fotografía y alguna cosilla más, no dejéis de visitar el blog de Lluvia Beltrán: http://espiraldeinquietudes.blogspot.com

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